Martes, 12 de mayo de 2009
Hoy sentía que no podía hacer nada por cambiar aquella situación tan desagradable que se daba en momentos de felicidad y opacados por la desesperación de no saber que hacer. Lo opacaba cada vez que hallaba una forma de retener lo malo que se implementaba en situaciones, pero la forma no era lo más correcto para personajes que recibían aquellas manifestaciones. Los mensajes no eran nada, entraban y salían como si nunca hubiesen sido escuchados, se tapaban con cerilla para no ser escuchados, no podían ser interpretados, y si lo eran no solían ser eficientes al interpretarlos. Sentía que ya no podía entregar más de lo que debía, ya había sido suficiente para lo que recibía, lo poco y nada de igual forma era satisfactorio, pero no era lo esperado. Sabía que no existía la persona perfecta, pues la perfección no podía existir, sólo la superación como personas, era sólo lo que pedía, y lo que trataba de hacer, entregando consejos y manifestando lo erróneo que cometía con sus actos u pensamientos. Lo peor era que no eran aceptados, para aquel todo lo hecho era casi en vano, todo lo entregado lo perjudicaba, lo hacía sentir mal, no tiraba para abajo; sin embargo nunca había sido pensado de tal forma, siempre pensando en aquel, en lo mejor que podía unirlos eternamente. Nunca pensó en lo que pensaba, en lo que sentía, en lo que quería que me hiciesen sentir, nunca pensó que era lo mejor que me podía entregar, en lo más bello, nunca miró mis ojos, no supo apreciar cada lágrima derrapada por esta frágil cara con corazón de hielo roto por la no apreciación de su llanto a gritos de desesperación. La consolación venía acompañada de una ajena mano, la cual era la soledad del llanto incrementado en un objeto tecnológico para derramar lágrimas de consolación, ahora el escribir en este era la consolación más grande, más bien era el desahogo de una triste desesperación que podría estallar en cualquier momento o circunstancia. Sin querer se había dado cuenta que lo mejor era dejar de hacer todo lo que hacía, dejar todo lo que había construido ese crecimiento para permitir que avanzase por sí sólo tal personaje misterioso que no entendía la ayuda que implementaban con él. Si era el ser amado debía dejarlo crecer a su manera, sin restricciones, sin prohibir, sin controlar. Lo mejor era dejar que volase como una paloma por los ríos de la libertad, sin ataduras a un alma despojado.